lunes, 2 de febrero de 2009

La doble prohibición del tocar, condición de superación del Yo-piel

Aquí dejo una reflexión que realicé en la asignatura de "Arteterapia" del pasado año en la facultad en torno a un texto del libro "El yo-piel" en la cual abordo algunos aspectos que suelo introducir en el imaginario conceptual de mis proyectos:


"Me interesa el estudio del cuerpo, de su construcción y sobre todo de sus lenguajes. El cuerpo es lenguaje, mediante éste nos comunicamos con el otro y con nosotros mismos.
Me parece digno de estudio todo lo relacionado con la disciplina que le atribuimos al cuerpo. Somos seres conscientes de un yo corporal, y por lo mismo adquirimos unos modos de comportamientos para disciplinarlos, para domesticarlo con nuestro afán de controlarlo todo.
La visión que del tocar tenemos depende de la cultura de la cual provenimos (una vez más la afirmación de que el cuerpo es una construcción social y cultural).
Son fundamentalmente el desarrollo de las religiones las que mediante sus principios instruyen el uso que podemos dar al cuerpo.
Desde pequeños nos advierten de que “esto” no se toca, “esto” no se hace, “esto” no se come, “esto” no se coge. Ello es cierto que nos previenen de muchos peligros para lo intocable, es decir, el cuerpo, pero a la vez constituyen unas normas que dependiendo de la cultura de la que provenga y desde la cual se mire permitirán un mayor o menor desarrollo personal (una búsqueda del Yo mismo). Me refiero a la represión en la que se encuentran por ejemplo las mujeres de algunos países árabes. Son cuerpos ocultados hasta el punto de no ser mostrados en público ni tan siquiera los ojos. Cierto es que estas mujeres puedan tener asimilado y por lo tanto nunca hayan sido objetos de cuestionamientos, las normas que se le imponen de generación en generación, pero el encuentro consigo mismas nunca será un encuentro personal, sino fundamentalmente colectivo, pues no pueden acceder a un desarrollo de una actividad pensante y creadora a la que los varones de estos mismos países se permiten posibilitando un desarrollo de lo individual.
Se que no hace falta que me vaya muy lejos, pues en la ideología cristiana esto se ha producido de una manera similar pero no es la cuestión de esta reflexión, pues es precisamente la religión cristiana la que hace hincapié en que encontraremos la verdad a través de una práctica espiritual, nunca física o carnal. He aquí de nuevo la negación del cuerpo.

Me parece interesante la conclusión a la que se llega en el texto cuando se dice que debido a la prohibición del tocar, no se establece bien las diferencias entre violencia y sexualidad.
Pongamos por ejemplo el tema del sadomasoquismo. En una relación de esta naturaleza muchas veces no se entiende que se trata (normalmente) de un disfrute carnal de mutuo acuerdo, esto es que ninguno de sus participantes se verá obligado a hacer (o dejarse hacer) nada que no quiera, y que no es una práctica que se base en la violencia (no existe tal violencia) sólo existe el placer a través del placer-dolor, pero nunca se trata de un dolor propio de una agresión producida involuntariamente.

También me resulta interesante la idea de que a través de la prohibición se despiertan los deseos del conocer y de experimentar lo que se prohíbe.
Creo que cuando se intenta proteger a alguien de algo externo no se le debe de prohibir (pues eso despierta la idea de que si se prohíbe algo es porque es algo intenso y nuevo para nosotros) sino de aconsejar (esto creo que despierta una idea de que esto se me aconseja porque esta persona ya lo ha vivido y para que no debe de ser agradable o beneficioso para nosotros).

El relato de Varley es una prueba de cómo el cuerpo impone su naturaleza a expensas del uso cultural que nosotros le dotamos. Es un ejemplo de las capacidades que tiene el cuerpo de crear lenguaje. Damos todo por hecho, el lenguaje sonoro y verbal, el lenguaje visual, pero no damos cabida debido a cuestiones morales a el lenguaje táctil.
Recuerdo un ejercicio que realicé en primero de carrera en la asignatura de escultura. Se trataba de que se le ofrecía una bolsa opaca a cada alumno con un objeto en su interior el cual no se ve en ningún momento. A partir únicamente de un conocimiento táctil con el objeto debíamos reproducir el objeto a través del modelado en arcilla. Se apreciaban las esculturas que habían sido fruto de una representación debido a una adivinación del objeto (si lo había sido) y las que habían sido construidas mediante la pura experiencia táctil con un objeto que en ningún momento (al no haber sido reconocido) fue fruto de ninguna representación mental, pues éstas constituían una forma más amorfa, más ambigua, más carnal.

Somos seres fundamentalmente visuales (ahora más que nunca), y no es sino mediante la observación de casos de minusvalía (los sordo-ciegos de Varley) por la cual adquirimos consciencia de las capacidades de lenguaje del resto de nuestros sentidos."


Nazaret Umpiérrez del Rio

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